Seguramente alguna vez has notado que, en ocasiones, el jamón que guardas en el refrigerador se cubre con un líquido blanquecino o está baboso. Y entonces, ante esta situación no sabes si es seguro comerlo o no. Por ello, te voy a despejar esta duda.
Para empezar, esa viscosidad que aparece en los embutidos tras guardarlos varios días en el frigorífico, son bacterias ácido lácticas que han crecido dentro del paquete debido a que el producto cárnico contiene carbohidratos y porque en el refrigerador hay un alto contenido de humedad. Sin embargo, se trata de bacterias benignas como los lactobacilos, que, si bien en bajas concentraciones no son dañinas para nuestra salud, sí producen un olor y sabor con matices ácidos.
¡Cuidado con las enfermedades del estómago causadas por el calor!
De hecho, este líquido blanco actúa como un inhibidor de bacterias patógenas, que causan enfermedades en el consumidor. También, inhiben las bacterias que descomponen el alimento como las Pseudomonas, las cuales causan olores putrefactivos.
En cuanto a si es recomendable consumir el jamón una vez que presenta dicha viscosidad, la primera respuesta es no, pues es imposible prever qué efecto tendrá en el consumidor, porque no se sabe que otros tipos de bacterias hayan crecido en él.
Pero, si aun quieres comer este alimento aunque ha presentado este líquido, debes lavarlo con agua y si al hacerlo desaparece el mal olor y no sabe raro, lo más probable es que no te cause ningún daño. Ya que, las bacterias ácido lácticas son las que se utilizan comercialmente para fermentar productos alimenticios como el salami, yogur y quesos madurados, entre otros.
Por el contrario, si tras enjuagar el producto con agua no desaparece el aroma a descompuesto, definitivamente no debes consumirlo, ya que los riesgos de contraer una infección gastrointestinal son mayores.
Juan Pedro Camou Arriola, experto en productos cárnicos del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), señaló que, para su correcta preservación, los embutidos deben mantener la “cadena de frío”; es decir, ser conservados a temperaturas de 0 a 2 grados centígrados, desde que son empaquetados, trasladados a los supermercados, almacenados en vitrinas comerciales y hasta que llegan al consumidor final.
Por último, es la ruptura de dicha cadena (la exposición a temperaturas superiores a 4°C), lo que propicia que el embutido desprenda agua y se acelere el proceso de descomposición.