En 1951, la filósofa y politóloga alemana Hannah Arendt publicó en Nueva York “Los orígenes del Totalitarismo”, un libro que detalla las características de este tipo de regímenes no democráticos.
Ese mamotreto de más o menos 500 páginas se divide en tres grandes apartados: I. Antisemitismo; II. Imperialismo; y, III. Totalitarismo.
Todo esto, tomando como base el estudio de dos procesos políticos de los que ya se ha escrito muchísimo: la Alemania nacionalsocialista de Adolfo Hitler (1933-1945) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) de Iósif Stalin (1922 - 1952).
¿Qué tiene que ver esta publicación del año del caldo con la reforma que impide impugnar las reformas constitucionales? Pues, como dicen en la Buenos Aires, vámonos por partes.
La reforma de inimpugnabilidad
Primero lo primero: ¿Qué chingados es eso de la reforma sobre inimpugnabilidad?
Pues, resulta y resalta que los senadores de Morena (y sus aliados del PT y PVEM) aprobaron una reforma para que las controversias constitucionales, acciones de inconstitucionalidad y los juicios de amparo sean improcedentes contra reformas constitucionales.
Con esta reforma de inimpugnabilidad, si en el futuro se cambia la Constitución para establecer que las mujeres ya no pueden votar no habrá recurso legal para revertir esa reforma.
O si se reforma la Constitución para perpetuar el arraigo y la prisión preventiva ; o se modifica para impedir el aborto en toda la república; o se implementa la extinción de dominio a discreción del Ejecutivo federal, no habrá nada (NADA DE NADA) que impida la reforma constitucional.
Chale chale chalequito.
Los orígenes del totalitarismo
Esta intolerancia a la pluralidad, la negociación y el diálogo sólo es equiparable al paternalismo político más recalcitrante con una generosa dosis de esteroides.
O, más específicamente, a los fundamentos y dinámicas de los regímenes no democráticos, como el totalitarismo; y no lo digo yo, que no doy paso sin huarache, lo dijo, Hannah Arendt.
Por ejemplo, cuando detalló la función de las masas:
“La elevación de Hitler al poder fue legal en términos de Gobierno de la mayoría y ni él ni Stalin hubieran podido mantener su dominio sobre tan enormes poblaciones, sobrevivido a tan numerosas crisis interiores y exteriores y desafiado a los numerosos peligros de las implacables luchas partidistas de no haber contado con la confianza de las masas”. (Arendt, 1998. P. 254).
O cuando explicó la creación de realidad a través de la propaganda:
“Los movimientos conjuran un ficticio mundo de consistencia que es más adecuado que la misma realidad a las necesidades de la mente humana; un mundo en el que, a través de la pura imaginación, las masas desraizadas pueden sentirse como si estuvieran en su casa y hallarse protegidas contra los interminables shocks que la vida real y las experiencias reales imponen a los seres humanos y a sus esperanzas. La fuerza que posee la propaganda totalitaria —antes de que los movimientos tengan el poder de dejar caer telones de acero para impedir que nadie pueda perturbar con la más nimia realidad la terrible tranquilidad de un mundo totalmente imaginario— descansa en su capacidad de aislar a las masas del mundo real.” (Arendt, 1998. P. 288).
Por eso es tan seductor el lenguaje del progreso, del “bajaron los índices”, de “los otros datos”... porque crea una “realidad” diferente a la que vivimos millones de mexicanos todos los días.
Pero, lo más importante, radica en la reflexión de Arendt sobre la subordinación de la ley a la ideología del partido… y, si, mis estimados lectores, aquí es donde la puerca tuerce el rabo:
“La política totalitaria no reemplaza a un grupo de leyes por otro, no establece su propio consensus iuris, no crea, mediante una revolución, una nueva forma de legalidad. Su desafío a todo, incluso a sus propias leyes positivas, implica que cree que puede imponerse sin ningún consensus iuris y que, sin embargo, no se resigna al estado tiránico de ilegalidad, arbitrariedad y temor. Puede imponerse sin el consensus iuris, porque promete liberar a la realización de la ley de toda acción y voluntad humana; y promete la justicia en la Tierra porque promete hacer de la Humanidad misma la encarnación de la ley.” (Arendt, 1998. P. 371).
A manera de conclusión
La justificación en las masas, cierto tipo de mensajes propagandísticos y la subordinación de la Ley al interés del partido, son al menos 3 elementos que forman parte de los orígenes de los Estados totalitarios, que Arendt describió el siglo pasado.
Y bien, a lo largo de los últimos años hemos sido testigos de aspectos que bien podrían encuadrarse en esos supuestos; sin embargo, PRImero Dios, espero estar equivocado.
En todo caso, la Historia nos juzgará (a todos). ¿O ustedes qué opinan?
En fin, el PRI leyó más a Hannah Arendt.