Recordar la literatura del siglo XlX indudablemente nos hace voltear a una peculiar circunstancia en la que se encontraban las autoras de la época; publicar con seudónimos masculinos. Debido a la opresión que el “sexo fuerte” imprimía sobre las mujeres en todos los ámbitos.
Un claro ejemplo es el caso de Emily Brontë, autora de las magníficas Cumbres borrascosas (un relato hogareño introspectivo sobre la esclavitud, la libertad, el desenfreno emocional y la tiranía) publicada en 1847 con el seudónimo Ellis Bell.
Otro caso famoso fue el de la escritora estadounidense Louisa May Alcott, quien tras haber labrado un importante camino literario bajo el nombre de su alter ego A.M Bernard, pudo eventualmente disfrutar sin máscaras de ser la autora de Mujercitas, aclamada novela de tinte bélico que tiene como argumento central la equidad entre hombres y mujeres.
Un comportamiento que se replica
Pareciera que nulificar el papel de la mujer en la historia es una constante, un incesante deseo por ignorarla o diagnosticarla –arbitrariamente- incapaz de abrirse paso en actividades que el rol histórico masculino ha apropiado como únicas de hombres.
Situación que ha impulsado los espíritus femeninos para encontrar la equidad que les fue borrada, sin ni siquiera otorgárselas. Como lo fue la obtención del voto, el derecho a la educación, o la reciente paridad legislativa.
De banalidades y futbol
Lo peor del todo es cuando las mujeres hacen un trabajo igual de sobresaliente que los hombres, pero la sociedad se niega a reconocerlo. Tal como le pasó a las escritoras del siglo XIX, un estigma permea hasta en lo más banal como el futbol.
La cuestión es que mientras un jugador masculino en promedio gana 719,860 al mes, las mujeres ganan 4,307 al mes.
Una diferencia abismal, a pesar del digno desempeño de ambas ligas en medio de una industria millonaria.
De acuerdo con el Inegi, el futbol en 2018 dejó una derrama económica de 114 millones de pesos, es decir; el 54% del producto interno bruto (PIB) generado por toda la actividad deportiva de México.
Y sí, la presencia de la liga de mujeres, no es la misma que la de los hombres, ¿Acaso serán restos del desinterés desarraigado por las actividades realizadas por mujeres?
Una jugada imparable
En la décadas de los 50 y 60 se comenzó a gestar la participación femenina en el soccer en los barrios de la Ciudad de México, hasta incursionar en los mundiales no oficiales por la FIFA en Italia 1970 y México 1971, consiguiendo un tercer lugar y un subcampeonato respectivamente.
Pero fue hasta 2017 que se rompieron paradigmas que interiorizaron a la mujer en el deporte y se inauguró la Liga Femenil de Futbol, dando paso a un reconocimiento oficial y de equidad de oportunidades.
Un avance nada despreciable, y es que actualmente la liga cuenta con 18 equipos en el país, y es regulada por la Federación Mexicana de Fútbol (FEMEXFUT).
No obstante, la disparidad salarial que existe entre jugadoras y jugadores de futbol sigue siendo un reto, al mismo tiempo que se atiende el debate sobre la derrama económica que deja el soccer femenil frente al masculino.
Una batalla que no será corta, pero que así como fue la obtención del voto, la validez de las mujeres en la literatura, y su derecho participativo en el gobierno, será la equidad en todos sus aspectos.
Porque el progreso de una sociedad solo se consigue a través de las libertades y la equidad entre sus individuos.