En el principio existió la palabra y con ella se entabló una realidad “intensamente humana”, como dijo Miguel de León Portilla en su célebre Visión de los vencidos (1959).
“No obstante condenaciones e incomprensiones mutuas, en el fondo ambos tipos de imágenes (de españoles e indios) son intensamente humanas” (León Portilla, 1959. P.6)
Una realidad artificial que no fue más que la interpretación de observadores que describieron a los indígenas del territorio que hoy es México como “bárbaros, caníbales, sodomitas y desvirtuados”.
“En algunas crónicas aparecen los indígenas del Nuevo Mundo como gente bárbara, idólatras entregados a la antropofagia y a la sodomía, mientras que en otras son descritos como dechado de virtudes naturales” (León Portilla, 1959. P.6).
Esta fue la “cruz de la parroquia” de muchos personajes descritos en relatos de nuestro pasado. Ni más ni menos.
La palabra se convirtió en un vehículo que inmortalizó prejuicios y desprecios en lo que Emilio Durkheim describió en Las formas elementales de la vida religiosa (1912) como el “imaginario colectivo”; es decir, lo que la gente piensa de las cosas.
Por eso es que muchas personas recuerdan a Malinalli Ce, Malintzin, Marina o La Malinche simple y sencillamente como “La traidora” de México o “La Chingada” de Cortés.
Y así fueron las cosas hasta mediados del siglo pasado (el S. XIX) cuando los historiadores comenzaron a cuestionar “las palabras y las cosas”, un rasgo distintivo de la modernidad.
Uno de esos locos, en el buen sentido de la palabra, fue el historiador mexicano Edmundo O’ Gorman que en su libro “La Invención de América” (1958), planteó una pregunta muy sencilla: ¿Las cosas deben seguir entendiéndose así?
”Entiéndase bien y de una vez por todas: el problema que planteamos no consiste en poner en duda si fue o no fue Colón quien descubrió América, ya que esa duda supone la admisión de la idea de que América fue descubierta.
No, nuestro problema es lógicamente anterior y más radical y profundo: consiste en poner en duda si los hechos que hasta ahora se han entendido como el descubrimiento de América deben o no deben seguir entendiéndose así”. (O’Gorman, 1958. P.8)
Tal vez, la Malinche, como la idea del descubrimiento, merezca más que el encuadre que le dieron por más de 500 años. Tal vez, La Malinche debe ser vista desde una perspectiva más amplia, considerando todas sus virtudes, y dejar atrás, de una vez por todas, las cicatrices de ser llamada “La traidora” de México o “La Chingada” de Cortés.
Todo al mismo tiempo en todas partes, sin dejar de lado aquello que nos hace “profundamente humanos”. Esta breve reflexión continuará… en el texto del próximo 19 de marzo.