Leí una columna esta semana y parte de ella me pegó con la fuerza de una patada limpia al estómago. Decía simplemente; “El próximo gobierno de México promete ser muy débil”.
Vi el calendario, apenas estamos desayunando “rosca de reyes”, faltan seis meses para la elección mexicana y ya estamos derrotados aceptando que el próximo gobierno mexicano, que debería ser fuerte y de avance, va a ser débil y de retroceso.
Cubriendo elecciones en varios países siempre me he encontrado al mismo personaje. Hombres y mujeres que se encogen de hombros y prefieren no participar aun sabiendo que los procesos que están aún por venir van a golpearlos directa y profundamente.
Hay que decirlo constantemente. Los nuevos gobiernos, siempre tienen efectos profundos en la economía, la salud, y el bienestar general de las familias.
Hay que decir también que mientras unos se encogen de hombros, hay otros que aprovechan para manejar a la gente, y a los pueblos, a quienes ya conocen por su costumbre de darse por vencidos antes de tiempo.
Se lo cuento porque cubriendo elecciones, me he encontrado a gente en varios países que me dice, “Yo no participo, porque al final…. salga quien salga de presidente, mi vida va a seguir siendo igual”.
Quienes lo dicen, no han abierto los ojos y han visto lo que les viene y todo eso se puede evitar, aunque sea con un grano de arena que pongan.
Es cierto, que pensar así tiene un fondo de verdad cruel, aguda e histórica; pero como todo lo que tiene que ver con nuestro país, tiene también mucho de contradicción.
Los mexicanos no quieren ser más activos en lo que pueden cambiar, y a pesar de eso, somos uno de los países con mayor participación en la lotería nacional. Más de 80 millones de mexicanos de los 128 millones del total de la población arriesgan su dinero cada semana en algo que sí, de antemano se sabe, nadie puede cambiar.
No estoy buscando que mis lectores apoyen a Claudia Sheinbaum ni a Xóchitl Gálvez
Mi intención tampoco es hacer el análisis profundo sobre la identidad del mexicano que Octavio Paz hizo en su “Laberinto de la Soledad”, esta meramente es una conversación casual del “Valemadrismo” político, que nos quedó de herencias después de sufrir 7 décadas de tener elecciones pre-arregladas.
Hoy, en el 2024, la impresión de que la elección ya fue decidida nos está llevando otra vez a aceptar, que alguien más, decida por nosotros lo que se ve venir como, otra vez, más décadas de elecciones decididas de antemano.
México y el proyecto 2025 de Donald Trump
La geografía primero, y la historia después, nos pusieron de vecinos de Estados Unidos, el país cuyos tentáculos económicos, militares, políticos y diplomáticos son los más largos en la historia de la humanidad. Obviamente, siendo vecinos, socios y amigos estamos bajo su influencia constante. Esa es una razón muy poderosa para tomar en consideración sus próximas elecciones presidenciales. Al mismo tiempo es importante balancear quien es la mejor opción cuando decidamos quién gobernará a México durante los próximos seis años.
En el 2024, México y Estados Unidos estarán eligiendo presidente y gobiernos nacionales, y nuestro país debería estar trabajando en uno o varios planes de cómo se van a relacionar los dos nuevos gobiernos.
Estados Unidos ya está trabajando desde hace tiempo en sus propias hojas de ruta. La que más impacto tendrá sobre México y los mexicanos se llama “Proyecto 2025", que es la agenda de trabajo de Donald Trump y que se autodefine como:
La reinvención del gobierno nacional de Estados Unidos, para convertirlo en una punta de lanza conservadora
El Proyecto 2025 es una creación de los extremistas estadounidenses que quieren transformar a este país eliminando su democracia para convertirla en una autocracia.
Este es un plan para concentrar el poder nacional y ponerlo en manos de la Presidencia. Es un plan para hacer a un lado el enorme poder actual del Congreso y del Poder Judicial, para ponerlo en manos del presidente Donald Trump, para quien este proyecto está siendo concebido y construido.
El concepto del Proyecto 2025, es que ya sin que el Congreso y los tribunales contrarresten el poder del presidente, éste hará lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Donald Trump sería más como un rey de la antigüedad, que no tendría ya los frenos que ahora tienen los presidentes en la era democrática moderna.
Cambios internos de fondo en Estados Unidos
En Estados Unidos los presidentes al ser elegidos, normalmente reemplazan a más de 4.000 funcionarios a quienes llaman “Political Appointees”. Son los nombramientos políticos, gente a la que el presidente invita directamente a trabajar con él. Sus nombres están contenidos en algo llamado la “Lista F”.
Fuera de eso, el gobierno estadounidense tiene un poco más de 2 millones de empleados federales de carrera cuyos derechos de empleo les dan fuertes protecciones laborales. Estos son los funcionarios de nivel medio y bajo que generalmente permanecen en su cargo sin importar qué partido controle la Casa Blanca. Esta gente es muy importante porque es la que realmente aplica las políticas del gobierno estadounidense.
Donald Trump, antes de terminar su primera presidencia emitió una orden ejecutiva que después fue rescindida por el presidente Joe Biden, en la que re-asignaba a unos 50.000 trabajadores federales como “Lista F”.
Esto, que le cuento es importante, porque haría que todos los funcionarios con autoridad que por sus protecciones laborales no pueden ser despedidos por el presidente, estarían perdiendo sus protecciones laborales. La intención de este cambio es darle al presidente libertad para reemplazarlos con la misma facilidad de quienes sirven en el gobierno bajo un nombramiento político.
Lo que los aliados de Trump están haciendo es establecer un nuevo orden para reemplazar en los puestos de personal de nivel medio” de gente generalmente apolítica, con gente leal dispuesta a hacer lo que sea por Trump, aun si no es ético, y aun si no es legal.
México y Trump
En México ya conocimos las consecuencias de tener a Donald Trump como presidente. Ahora lo que tenemos que imaginarnos es en cómo sería Donald Trump como rey.
Recuerde usted el episodio, en que, como presidente, Trump le sugirió, en dos ocasiones a Mark Esper, su entonces Secretario de Defensa, lanzar en forma clandestina misiles contra los laboratorios de droga de los carteles mexicanos en México. Recuerde usted que el secretario Esper rehusó cumplir la orden porque la encontró absurda y peligrosa.
Esper sabía que eso le costaría el puesto. Tenía razón. Trump lo despidió por medio de un mensaje en Twitter ese mismo día.
Ahora para que usted sepa, en el Proyecto 2025. El encargado de definir las políticas del próximo secretario de defensa es Christopher Miller, que es quien reemplazó a Esper como cabeza del Pentágono, y quien estaría dispuesto a lanzar misiles contra México si su jefe se lo ordena.
Por eso, el grupo de Trump está ya alineando nombres de gente leal para ocupar los puestos más altos si Trump regresa a la Casa Blanca en 2025. Habrá gente como Jeffrey Clark, quien intentó hacerse cargo del Departamento de Justicia para ayudar a Trump a revertir su derrota electoral.
Lo que buscan es quitar la oposición legal usada por altos funcionarios en la primera presidencia de Trump, como en el caso de Kash Patel, a quien Trump quiso instalar como subdirector de la Agencia Central de Inteligencia. Gina Aspel, la entonces directora de la CIA se opuso a ese nombramiento porque Patel era un ideólogo y no estaba capacitado en asuntos de inteligencia estratégica.
Aspel fue ayudada por William Barr que como Procurador General de Justicia ejercía enorme influencia institucional y legal sobre las decisiones del gobierno de Trump.
Por eso aliados incondicionales a Trump, como Stephen Miller, su arquitecto de la política migratoria hacia México, están podando nombres de largas listas de posibles funcionarios para ya no toparse con gente como Gina Aspel o el mismo William Barr.
Regresando a México
Leyendo lo que le acabo de informar, ¿no cree usted que ya estamos tarde en México planeando como sería la relación de los próximo gobiernos en los dos países vecinos?
Este es un muy buen momento para evaluar a las candidatas a la presidencia mexicana y decidir quién de ellas enfrentaría el futuro de una relación entre los dos países que, a partir del 2025, será sin duda difícil.