Damasco está de fiesta, se ha derrocado a un dictador que heredó el país de su padre como último en la línea sucesoria, con nula preparación y experiencia política, visto como un tirano por responder de forma letal a las manifestaciones pacíficas de los ciudadanos durante la primavera árabe.
En este momento, el futuro de Siria permanece incierto; el grupo rebelde, Hayat Tahrir al Sham (Organización para la Liberación del Levante) que derrocó al presidente está liderado por Abu Mohammed al-Jawlani, un guerrillero con historial de nexos con Al-Qaeda y los fundadores del Estado Islámico, por lo que Estados Unidos ha ofrecido diez millones de dólares por información que facilite su captura.
Hayat Tahrir al Sham se anuncia como defensor de los derechos de las minorías en Siria; pero si no cumple con esto, solamente se prolongaría la guerra y fragmentaría aún más al país por regiones y minorías que tendrían como prioridad defenderse.
Bashar al-Assad pertenece a un grupo étnico chiita que representa solamente al 10% de la población siria, además que tienen prácticas más relajadas del Islam como el consumo de vino y la interpretación del Corán; mientras que los grupos islámicos fundamentalistas que lo derrocaron pertenecen a la rama sunnita, persiguen la instauración de un califato musulmán por medio de la violencia, al ser jihadistas.
¿Esto significa una mejoría o un retroceso? Así lo han vivido otros países de la región tras la primavera árabe
Uno de los primeros presidentes en dejar el cargo durante la primavera árabe fue Hosni Mubarak, tras casi treinta y un años gobernando Egipto y quien contaba con un amplia carrera militar. Miles de egipcios salieron a protestar contra el sistema por la falta de libertad política y de expresión, brutalidad policiaca, corrupción en el gobierno, inflación y desempleo.
Las revueltas fueron encabezadas por personas jóvenes que no eran líderes genuinos, lo que impidió que esos protestantes formaran una fuerza política efectiva. Quien ganó las siguientes elecciones fue Mohammed Morsi con la Hermandad Musulmana, que tenían como objetivo establecer al Islam como la religión oficial del país en la constitución.
Gracias a la mala gestión de este grupo, el poder regresó a las manos de las Fuerzas Armadas por medio de un golpe de estado liderado por el actual presidente, Abdel Fattah el-Sisi, quien resultó ser mucho más brutal y represivo que Mubarak.
El-Sisi justifica la violencia y la forma de contener a sus críticos y adversarios con la amenaza que representa la Hermandad Musulmana si vuelve al poder.
Libia y Yemen se sumieron en guerras civiles tras la derrocación de Muammar el-Qaddafi y Ali Abdullah Saleh respectivamente; mientras que Túnez volvió a estar bajo el autoritarismo en 2021 con Kais Saied.
Siria tuvo más de una década para planear su siguiente movimiento una vez derrocado el gobierno, pero la falta de organización parece que solamente ocasionará el agravamiento de la guerra por la división de los grupos rebeldes como los Kurdos apoyados por Estados Unidos, la fuerza opositora secular Ejército Nacional Sirio (no perteneciente a las fuerzas armadas) y los Drusos que dominan el sur del país; o la unificación y organización de grupos rebeldes.
¿Cuál es el papel de Rusia en Medio Oriente?
Tanto el-Sisi como al-Assad, han sido respaldados por Vladimir Putin, y Libia también ha sido un sitio estratégico para que Rusia instale bases militares.
Vladimir Putin apoyó al gobierno de Bashar al-Assad con armamento hasta que invadió Ucrania , pero conserva dos bases militares en Siria que están estratégicamente ubicadas en la costa del Mediterráneo.
Libia ha servido como puerto de acceso a Rusia tanto para el norte del continente africano como para África subsahariana, y Rusia ha apoyado cuando el comandante supremo de las Fuerzas Armadas de Libia intentó tomar Trípoli en 2019.
Ahora que está exiliado en Rusia el presidente Bashar al-Assad, ¿seguirá la presencia rusa en el país o la desorganización y posible continuidad a la guerra civil mermará la expansión estratégica en la conflictiva región?