AMLO y el gobierno que desinformó y atacó a los medios

La herencia maldita del expresidente de México, López Obrador no es la violencia —que siempre fue reportada—, sino la fractura entre lo dicho y lo hecho.

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Política

Por: Daniel Sangeado

El discurso de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ahora exmandatario, se caracterizó por una paradoja inaceptable: mientras acusaba a los medios de “periodismo mercenario” que difundía “mentiras repetidas como verdad”, él mismo construyó un relato desacralizante.

Su supuesto compromiso con la honestidad pública tropezó con la realidad periodística, y hoy esa contradicción sigue siendo una herida en la credibilidad institucional.

La mentira de los pactos de silencio

López Obrador insistió en una narrativa falsa: que los medios habían firmado acuerdos para ocultar la violencia.

La realidad es contundente. El Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia (2011) agrupó a 60 medios convencionales y digitales, no para sepultar crímenes, sino para establecer límites éticos.

Sus cláusulas eran claras: evitar amplificar mensajes del crimen, promover denuncias ciudadanas y no prejuzgar a investigados. Un pacto no de silencio, sino de responsabilidad frente a la desinformación delictiva.

La memoria reciente desmiente al exmandatario

La violencia fue reportada siempre, incluso en gobiernos anteriores:

  • 2008 (Calderón): Atentado con granadas en Morelia (8 muertos).
  • 2010 (Peña Nieto): Masacres de Salvarycár (15 estudiantes) y San Fernando (72 migrantes).
  • 2014: Ayotzinapa (43 desaparecidos) y Tlatlaya (22 ejecutados).
  • Durante AMLO: Culiacanazo (2019), masacre de Camargo (2021) y Salvatierra (2023).

Estos hechos no fueron invisibilizados. Tampoco los “campos de exterminio” que hoy se ocultan detrás de estadísticas maquilladas o discursos que desvían la atención.

La doble moral presidencial

Mientras denunciaba “silencios complices”, López Obrador practicaba una estatización de la verdad. Su crítica selectiva a los medios contrastaba con hechos que él mismo ocultaba: el fracaso del “abrazo, no balazos” frente al crimen, la impunidad en desapariciones, o la dependencia militar sin avances en seguridad.

La batalla por la información verificada no es un juego de posverdad. Algunas lecciones son urgentes:

  1. Responsabilidad colegial: Los medios debe mantener el marco ético acordado en 2011, evitando alarmismos sin contexto.
  2. Transparencia gubernamental: Ningún periodo de crisis social debe ser manipulado con narrativas útiles.
  3. Pedagogía ciudadana: Sólo la sociedad informada puede exigir rendición de cuentas.

Los hechos, no las palabras, son la verdad. La herencia maldita de López Obrador no es la violencia —que siempre fue reportada—, sino la fractura entre lo dicho y lo hecho. Quienes lleguen ahora en el poder harían bien en aprender esta lección: sin métricas creíbles, sin prensa libre y sin memoria histórica, México seguirá atrapado en la desconfianza.

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