Con la llegada de Kevin Durant y Kyrie Irving en el verano de 2019, Brooklyn parecía encaminado a pelear por el título de la NBA en los próximos años. Al firmar a KD proveniente de los Warriors de Golden State, los Nets sabían lo que eso supondría luego de que el jugador se perdió todo la campaña anterior por una lesión en el tendón de Aquiles sufrida en Las Finales previas frente Toronto.
Este año 2020-2021 se veía como el bueno. James Harden llegó en enero vía cambio de Houston para integrar un tridente letal junto a la pareja antes mencionada. Apenas hace unas semanas atrás, llegaron dos ex All-Stars en el ocaso de sus carreras pero aún productivas como Blake Griffin (quién llegó de Detroit) y Lamarcus Aldridge (de San Antonio) para dar respaldo al quintento del entrenador Steve Nash.
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El quinteto del terror estaba completo. Pero se vienen el peor enemigo y fantasma de una franquicia: Las lesiones. Durant apenas ha aparecido en 23 encuentros de temporada regular por diferentes dolencias. Irving ha tenido sus problemas familiares y personales que le han hecho ausentarse algunos partidos. La “Barba” sigue sin recuperarse del tendón de la corva (aunque mostró un nivel de Jugador Más Valioso antes de su baja).
LaMarcus Aldridge se vio obligado a retirarse
Griffin se ha mantenido “relativamente” saludable pese a su historial extenso en la lista de inhabilitados en la última década. Aldridge es la última víctima por problemas cardiacos y de corazón que, lamentablemente, lo obligar a retirarse con apenas algunos minutos en cancha con los Nets.
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El ver todo ese escenario y reparto con potencial de dinastía, ha caído como los grandes imperios de la historia (romano, otomano y cualquier otro que se les venga a la mente), lo que nos hace plantearnos ¿Será el karma o la injusticia divina la que le está cobrando factura a un equipo con aspiraciones de grandeza? Alguna de esas hipotésis parece ser la última palabra de las deidades de las duelas, esas que mantienen el equilibrio dentro del mejor basquetbol del planeta.