En el mítico Estadio Universitario de la UNAM, en la Ciudad de México, en los Juegos Olímpicos de 1968, el atleta estadounidense Bob Beamon rompió el récord mundial y olímpico en un salto de longitud que al día de hoy pocos pueden descifrar cómo lo ejecutó.
Beamon se alzó, se retorció en el aire, y cayó sobre la arena marcando una longitud de 8.90 metros. Al momento de enterarse de su marca, colapsó en llanto. Este momento sigue vigente en la historia de loss Juegos Olímpicos. En la competencia veraniega, con todos los avances tecnológicos y de entrenamiento que hay hoy en día, nadie ha podido igualar o superar la marca de México 68. Es el récord olímpico más antiguo, aún sin ser superado.
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En 1991, su compatriota Mike Powell consiguió elevar la cifra a 8.95 metros, pero no fue en una competencia olímpica, por lo que Powell porta el récord mundial, pero no el olímpico.
Otros récords olímpicos longevos que se mantienen vigentes
No hay demasiados récords del siglo pasado que se mantengan como las mejores marcas. Pero en Moscú 1980 se gestaron algunas hazañas que no han podido ser superadas.
La atleta soviética Nadezhda Olizarenko logró el récord en los 800 metros planos, con un tiempo de 1'53"43; en esa misma justa la alemana Ilona Slupianek.
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Ninguno de estos dos se mantiene como récord del mundo, pero sí olímpico.
Finalmente, de los Juegos de Seúl 1988, se mentienen vigentes seis récords olímpicos: El de 200 metros femenino de Florence Griffith-Joyner (21"34); el salto de longitud femenino (7,40) y el heptatlón (7.291 puntos) ambos de Jackie Joyner-Kersey; el lanzamiento de disco de la alemana del este Martina Hellmann (72,30) y el 4x400 metros de la Unión Soviética (3'15"17), así como el lanzamiento de martillo masculino del soviético Sergei Litvinov (84,80).