En el capítulo 3 de No Soy un Robot, AG-3 sigue fingiendo ser una máquina, pero los imprevistos de la vida humana, como un mal curry, desatan una serie de momentos cómicos y tiernos que acercan aún más a AG-3 y Min Kyu.
¡El sol ilumina los circuitos y las conexiones del amor!
El amor tiene una forma extraña de llegar, entre cables, chispas y corazones que laten en sincronía. A veces, se teje entre los circuitos más complejos, como los de AG-3, quien decide seguir fingiendo ser un robot. Pero incluso los robots no pueden escapar a las pequeñas maravillas de la vida, como las complicaciones humanas. Un simple curry se convierte en el desencadenante de una serie de momentos que, aunque inesperados, nos llenan de ternura.
Ese día, AG-3 enfrenta uno de los dilemas más humanos: los problemas intestinales. Con la delicadeza de un ser que aún está aprendiendo a ser humano, termina creando una confusión cómica al hacer pensar a Min Kyu que ha expulsado un gas. Pero los circuitos de la robot no solo están conectados a las entrañas de la máquina, sino también a algo más profundo: su conexión con él. Al descubrir la destreza culinaria de Min Kyu, le cuestiona una duda existencial que la lleva a preguntarse sobre su verdadero ser, lo que desencadena un accidente inesperado con su castillo de naipes, ese símbolo de la vida que Min Kyu había cuidado con tanto amor durante años. Un pequeño desastre, pero una gran oportunidad para el corazón.
La mañana siguiente, cuando Min Kyu ve la luz del sol entrar por su ventana por primera vez en mucho tiempo, el sol parece ser más que solo luz. Es un símbolo de esperanza renovada. Y lo que sigue es uno de los momentos más conmovedores de la serie. Min Kyu, a pesar de su enojo, revela a AG-3 una de las piezas más vulnerables de su alma: ese castillo de naipes que construyó con sus padres, simboliza el dolor de sus pérdidas. El gesto de AG-3, aunque aparentemente simple, ha logrado devolverle algo vital: la capacidad de sentir la calidez del sol en su vida.
“Gracias”, le dice Min Kyu, con una sinceridad que toca lo más profundo del ser. En ese pequeño gesto, AG-3, la robot, se convierte en algo mucho más que una máquina. Se convierte en alguien que, sin saberlo, trajo de vuelta la luz y la vida a su mundo.
Este es solo el comienzo de una historia de amor que se va tejiendo entre ellos, más allá de las máquinas, más allá de las emociones, donde ambos aprenden a descubrirse y a compartir lo más profundo de sí mismos. Porque, en el fondo, todos tenemos algo que ofrecer, incluso los que parecen ser solo circuitos.