En el capítulo 10 de No Soy un Robot, nuestras emociones se vieron sacudidas por una despedida que llegó con la suavidad de un susurro mecánico pero con el peso de una eternidad. Fue un adiós cargado de circuitos rotos, de cables que se entrelazaron en el corazón de Min Kyu, mientras la realidad de su amor por AG3 se hacía imposible de sostener. Él sabe que un robot no puede amar como lo hace un ser humano, y en su pecho late el vacío de un amor no correspondido. AG3, la máquina que se convirtió en su refugio, en su amiga, le devuelve la dulzura de unas palabras sinceras, como si su programación hubiera aprendido a sentir, mientras ella se despide para siempre.
La escena es desgarradora, no solo por la separación, sino por la conciencia de que el “modo amiga” que un día compartieron ya no existe, que la reprogramación de AG3 es el fin de un ciclo que Min Kyu jamás quiso cerrar. Sin embargo, en sus palabras de despedida, ella le deja la promesa de disfrutar la vida, de vivir los momentos con la intensidad que le enseñó como su amiga, aún cuando su cuerpo de metal ya no pueda estar a su lado.
Min Kyu, aunque herido, intenta seguir adelante, rodeado por aquellos que, como él, han aprendido a ver la belleza en los circuitos rotos de su corazón. Sin embargo, el destino no lo deja ir tan fácilmente. Un impulso lo lleva a contactar a la misteriosa chica que le consigue sus figuras, la misma que esconde bajo un rostro humano la esencia de la mujer que ama. Es ella, Ji Ah, quien, con el corazón destrozado, se despide de su gran amor una vez más, como un robot que aún guarda en sus fibras el eco de un amor imposible. La tristeza en sus palabras perfora el alma, mientras ambos, atrapados en una red de emociones humanas se despiden de lo que pudo ser, pero que nunca será.